Este año asistíamos a algo que parecía casi imposible en una ciudad como Marbella: la prensa nos informaba de que serían tres reinas magas las protagonistas de la cabalgata de este año.
De primeras lo leímos con alegría y estupefacción, pero no muy tarde nos invadió esa prematura sensación de abatimiento (que toda feminista siente cuando alcanzamos algún logro, cosa que bueno, no suele suceder con mucha frecuencia) al imaginarme las críticas provenientes de la caverna.
Porque en Marbella, como en casi todo el mundo, hay muchas luces, pero todavía podemos encontrar ciertas sombras. Y alguna caverna. De la cual más de uno no dudará en salir abanderando la rancia moralina, casándose con toda falacia que les sirva en su ilusión de agarrar bien fuerte el privilegio, no vaya a ser que las malvadas mujeres nos los llevemos volando en nuestras escobas. Para «enfrentar» esto debemos estar unidas, fuertes y preparadas (bueno, de hecho lo estamos siempre). Porque afortunadamente seguimos luchando por arrojar luz.
Nosotras nos hemos acercado a escuchar qué se dice en ciertos foros todavía ajenos a la diversidad y a la igualdad. De allí trajimos lo «mejor» (hemos borrado nombres y fotos para proteger la privacidad):

¿Mujeres? ¿Las que más cuidan, las que se hacen cargo en su mayoría de la infancia? ¿en una cabalgata de protas?¿Es que nadie ha pensado en los niños?


Si parece gracioso o de risa la transexualidad, o el drag, si se apela a oír y callar con una postal navideña, si la paridad parece una «chorrada», ¿Cómo vamos a poder empezar a hablar de igualdad? Es como volver a aquella primera clase sobre sexualidad en la preadolescencia. Risitas, comentarios retrógrados. Las reinas magas, la excusa perfecta para atacar a las de siempre. Una cabalgata con mujeres, un problema.
Y es que en esto de visibilizarnos todo el mundo tiene una opinión.
Tanto es así, que al alcalde le ha podido la masa de antorchas y rastrillo, lo consiguieron, no tuvimos reinas magas, sino Reyes Magos, así, con mayúsculas, «como Dios manda» (bueno, que sea como «Dios manda» es discutible, como ya los compañeros Kata y Manuel han dejado bien claro, la defensa de esta «tradición» incurre en no pocas incongruencias históricas y lógicas).
Mujeres sí, mientras que no muestren que lo son, todo está bien. Mujeres disfrazadas de hombres. El máximo canto a la igualdad permitido. El «pueblo» satisfecho.
Pero no se puede contentar a todo el mundo. No se puede satisfacer al 100% de la población sin dejar vacío el contenido político de tus actos. Porque tantos años de lucha, de desigualdad, en paralelo con la llegada al poder de un supuesto gobierno que iba a producir un cambio, que se autodeclara feminista, se ha traducido en una broma de mal gusto: mujeres disfrazadas de hombres para ser aceptadas. Esta es la imagen que nos llevamos de la cabalgata.Y así, la moraleja es bien clara: para ser protagonista, para ser fiel a la historia, una historia que debe ser un legado patriarcal e «intocable», hemos de ser hombres.
Y es que si un gobierno quisiera cambiar el status quo, cuestionar, ir hacia adelante, no puede dar un paso atrás atendiendo a las posiciones más desinformadas. Ab initio, siempre ha habido una agresiva reacción a toda lucha popular, provenga de donde provenga. Con más dureza si proviene desde las mujeres, el doble castigo de siempre: por un lado rebelarnos, por otro, salirnos del rol pasivo y complaciente que siempre se nos ha querido inculcar y asignar. Igual de complaciente que un gobierno que accede a las demandas más grotescas de quien ni siquiera cree en él, de quien ni siquiera cree en «lo político».
Todos contentos, menos las de siempre, porque finalmente y una vez más, se volvió a invisibilizarnos. Finalmente no pudimos verlas a ellas: Remedios del Río, presidenta de Fundatul, que atiende a personas con discapacidad. Ana Mardones, de la Asociación de Familiares de Enfermos de Alzheimer, Carina Milici, de CADI, organización dedicada a la atención de niños con necesidades especiales. Bajo el manto tranquilizador de la masculinidad, volvieron a ser ellos.
Porque recordémoslo, solo causan molestia nuestros cuerpos. El de las mujeres, en concreto, cuando no son hipersexualizados. Porque una mujer no puede ser reina, ni llevar capa, a no ser que seas Pedroche y lleves transparencias mientras un poco agraciado Chicote babea al lado el día de las campanadas. Porque puede, porque un hombre es un hombre. Y parece que siempre serán:
Los reyes, ellas las princesas.
Los chefs de lujo, ellas las «cocineras» en casa.
Los directivos, ellas las secretarias.
Los creativos, ellas sólo las guapas.
Los magos, ellas las brujas.
Los que pagan por sexo, las que venden el cuerpo.
Las pobres, las paradas, en su mayoría.
Lo que no se nombra no existe, lo que no se ve, tampoco.
Y mientras no se nos nombre, mientras no nos mostremos, seguiremos sin existir.
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